Una bella y triste sinfonía melancólica... Y ese final... tan profundamente poético en el que una penetra en la escena como lo hace el humo cuando se inmiscuye en una oscura chimenea y todo lo que hay fuera ha sido dejado atrás o ha dejado de existir (aunque las cosas nunca dejen de hacerlo, no del todo).

¿Mi querida Ute filmando flores, animales y a Margaret Tait sirviendo té? Todo lo que se puede desear.

Quién no quiere ser una de esas chicas de trenzas larguísimas, con flores en el pelo y danzar, sentadas en la mesa y compartiendo el pan.
Quién no quiere ser niño y rodar sobre sábanas blancas en la hierba.
Quién no quiere cantar como los pájaros, ser parte de una naturaleza que te abraza.

Esto es tan precioso. Ojalá vivir en un país así, que está en comunión con la naturaleza y la belleza por encima de todo.